Ganarse el salario mínimo y sobrevivir con este en un país
tan extraño como Colombia (Extraño porque aún se dice que somos el país más
feliz del mundo pero al tiempo el más corrupto y el más desigual) es un acto de
valientes. Madrugar a diario para contar las moneditas que uno tiene en la
mesita de noche y notar con desconcierto que faltan doscientos pesos para el bus
y tener que hacer planes mentales para poder llegar al trabajo:
- - ¿Será que le pago así al chofer y tumbo una
moneda cosa que diga, ¡Ay se cayó el resto!?
- - ¿Será que me subo al bus a cantar y de paso gano
lo del bus de regreso?
- -¿Será que me mato? No. Eso sale caro.
Una vez gané el mínimo y apenas me alcanzaba para salir
conmigo mismo. Me enojaba bastante el momento de comprar la entrada a cine. La conversación
era casi un dejavú:
- - ¿Cuántas entradas le doy?
- - Deme una
- - ¿Seguro?
- - Sí señor.
- - (Inserte voz coqueta) Porque hoy es 2 x 1 con tapitas .
- - No tengo con quien entrar. Tampoco tengo
tapitas.
La peor parte era cuando tenía que decidir si ver la película
o comprar maíz. Lo horrible era que en mi casa había maíz
para preparar y arroz y salchichas. En el cine nunca ponen salchichas. Pero ya
había comprado la entrada. No había nada que hacer. Ver cine con hambre es feo.
Hacer mercado era otra odisea como asalariado. Tocaba
hacerlo por varios flancos: supermercado grande y comprar todos los productos
que tengan la marca del establecimiento. Papel Éxito. Shampoo Éxito. Jabón Éxito.
Crema dental Éxito. Desodorante Éxito. Galletas Éxito. Todo lo que compraba, paradójicamente,
no auguraba ningún éxito en mi vida. Por fortuna salieron otros supermercados
mucho más baratos con productos que al parecer son buenos. El D1, Justo y
Bueno, El Ara. Serían espectaculares si tuvieran un cuadernito para pedir fiado.
Estirar el dinero se vuelve una profesión obligada cuando de
ganar poco se trata. Cuando uno logra estirar un poco la platica y siente que
le está rindiendo, llega un diablito a hablarle al oído. Este pequeño demonio
le dice susurrando: “¡Dese lujitos bebé!”. Y uno empieza a darse la lista de lujos.
Cuando ganaba el mínimo los míos eran:
- - Comerme tres empanadas seguidas.
- - Mandarme a peluquear en un lugar que no fuera de
corte de cabello gratis
- - Comprar una lata de atún (Esto era con la prima)
- - Coger taxi desde la casa hasta el paradero de
buses
- - Echarle dos monedas de 500 pesos al marrano, que
iban a ser usadas en menos de dos semanas
- - Comprar una ensalada de frutas especial con dos
helados e invitar a compartir de esa ensalada a una amiga de aquellas que uno
denomina “todo terreno”.
-
- Comprar Coca
Cola en lata para bajar las tres empanadas
- - No llevar coca de almuerzo un día
Nadie es feliz de ganar el mínimo. De hecho, nadie en Tinder
pone en su perfil: “Soy alto, caballeroso, amo caminar largas distancias y la
comida mesurada. Gano el mínimo pero me fijo más en el alma que en otra cosa.
¿Caminamos?”. Ahora bien, tengo una idea. ¿Por qué no hacer una aplicación tipo
Tinder pero donde la gente junte salarios para poder vivir mejor? Le pondría
Rinder. El copy sería: juntemos salarios para una vida digna. Si surge el amor,
bienvenido sea.
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