Thursday, 19 July 2012

LA ÚLTIMA VEZ QUE FUI AL ESTADIO EL CAMPIN



¿En serio es hincha de Santa Fe? ¿No le da pena? Palabras de la gente cuando se toca este tema en algún lado
"Los hinchas de Santa Fe toman sopa con banano" Primo Rojas
“A mi no me gusta el fútbol colombiano” Palabras de la mayoría de gente
“Volveremos volveremos…volveremos otra vez…  volveremos a ser campeones… como la primera vez”… Cántico de hinchas de Santa Fe.

Debo admitirlo. Soy un mal hincha. Mi familia me hizo un lavado de cerebro por intereses casi personales, para volverme hincha del rojo bogotano. Y algo pasa. Es inexplicable como el gusto por un equipo no puede cambiar. Sigue ahí, a pesar de la vergüenza que era para mí ser hincha de un equipo de paquetes… como lo llamaban en los noventa.

Fui un hincha lejano. Pero debo admitirlo. Me alegraba en silencio cuando ganaban un partido. O una copa. O alguna chimbada de esas que se inventan los directivos del fútbol colombiano para captar dinero. Y así pasaron los años.

Fueron mis tíos paternos que con argucias me convencieron de seguir a su equipo. Mi papá no logró su cometido, él es hincha de Millonarios. De niño me llevaban al “Coloso de la 57” a ver al equipo. En aquella época era un plan familiar. Las barras gritaban: “dale rojo… dale rojo” sin acentos argentinos. Muy colombiano todo. La gente tomaba tinto mientras veía el partido. Las pocas veces que fui siempre vi ganar al equipo.

Pasaron casi 17 años desde la última vez que fui. Le había perdido la pista a Santa Fe y lo miraba de lejos. Así como muchos hinchas clandestinos que andaban dispersos por ahí. Unos admirando a los grandes equipos europeos. Otros a los que el fútbol les empezó a resbalar. Pero la cita para volver al Campin llegó por pura casualidad. Una boleta llegó a mis manos de la manera más fácil: “Alguien la compró, no pudo ir y no quiere perder ese cupito. ¿Quiere ir?”

Domingo 15 de Julio de 2012. El ambiente ha cambiado. Los que hacen barras tienen un dejo argentino fastidioso. Pero el ambiente ese domingo estaba bueno. Un buen hincha tiene camiseta del rojo. Como mal hincha no tenía camiseta del equipo, como es la costumbre ahora. Me puse una camiseta roja. Llovía. Pero a la gente no le importaba. La alegría era extraña en el ambiente, como si “la bareta” de los otros hiciera efecto en nosotros, los malos hinchas.

Mi boleta decía: Lateral Norte Alta. Y allá me hice. Más gente de mi edad estaba sentada ahí. Y atrás nuestro, las inmensas barras del equipo cardenal: “La guardia roja”. Saltaban todo el tiempo. Cantaban desde mucho antes que el equipo saliera a la cancha. Llegó el momento y los leones rojos (así les decía el comentador) salieron a la cancha. El estadio estalló en alegría total. De todos lados volaban papeles largos y humo rojo de unas bengalas se unieron a la euforia futbolística.

La verdad, el ambiente es muy divertido. No sé como el estadio se convierte en una religión rara, donde Dios y los “madrazos” conviven en una armonía misteriosa. Voy a recrear con letras la voz de un furibundo hincha. Disculpen los excesos:

-         ¡Uy pero esta gonorrea que pita! ¡Qué pita jueputa! ¡Arbitro remalparido! ¡Uy Dios santo ayúdanos por favor! ¡Poooooo rom pon pon pooooo rom pon pon el que no salte no es del León!

En el segundo tiempo, luego de un pase exacto de Omar Perez (Ese día aprendí el nombre de este gran jugador) Copete supo meter el copete. Y fue gol. No sé cómo todos celebramos. Todos. Inclusive los inclusives. En las sillas de atrás había una pareja de viejos. Un señor cuya cabeza llena de canas parecía haber esperado ese gol por muchos años. Su esposa al lado. Los vi besándose como adolescentes en el momento del gol. Es inevitable no celebrar un gol así: “¡GOOOOOOOL HIJUEPUTAAAAA GRACIAS DIOS MIO!” No sé que piense Dios de esto.

El resto fue esperar. El resto del partido era mirar el reloj que iba en minuto 89. La gente rogaba El hincha furibundo que gritaba sandeces sólo rezaba. Esta vez sin groserías. Minuto 90. Algo pasó en la cancha y todo el equipo que estaba en la banca salió corriendo desaforado a la mitad. Se había acabado la sequía… decían. Y el comentarista del Campin sólo gritaba: Santa Fe campeón. Miré y nunca había visto llorar a tantos hombres y mujeres al mismo tiempo. Me sentí cómo dije al principio, en una iglesia, cuya religión tiene que ver con los cantos, los madrazos y el balón.

Ya no escribo más. Esa fue mi última vez en el Campin. De resto no me acuerdo. Las fotos quedaron en el celular, que de una manera predecible, perdí dentro de la celebración. Ya pude ver al equipo campeón. Ahora entiendo a mis tíos. Ahora entiendo a la hinchada. Ahora entiendo un poco más la pasión del fútbol. Quien lo vive, es quien lo goza.

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