Monday 24 October 2011

Las Amas de Casa Desesperadas


Uno termina una función de comedia. La gente que le gustó saluda, regalan copas de alcohol que en mis días abstemios son derramadas sutilmente. Los que no saben, ni les agrado, salen corriendo y no pagan el cover. Y queda una mesa más por saludar. Las mujeres “mayorcitas” que se han escapado de sus maridos o de su pasado. Cinco mujeres sentadas en una mesa. Me llaman, me saludan, me piden un chiste más, “en exclusiva para ellas”. Algún chiste sobre maridos “cachoneados”, una especie de venganza con risa. No me lo sé porque no me sé sino tres chistes que detesto. Y me abren un espacio entre sus sillas, soy bienvenido a la mesa de las “Amas de casa desesperadas”.

Tengo la obligación de observar detalladamente todo lo que hacen. Lo que dicen e imaginar como eran cuando colegialas. Son amigas de toda la vida. Están recordando cuando se conocieron sin hijos y con esperanzas. Hoy ya no quieren saber de sus hijos, al menos por una noche. Quieren ser jóvenes una vez más… El tiempo es implacable, aunque sólo sea una ilusión. Levantan las copas y brindan por el “pollito” que les llegó a la mesa. Me preguntan la edad y se burlan… En este aquelarre improvisado soy la “presa que cayó en la olla”.

De ahora en adelante escuchó una y otra vez: “Quien ve al pollito…” El alcohol logra su cometido y soy el espectador sobrio del mejor show de mujeres mayores y borrachas. Una de ellas, al mejor estilo de Sharon Stone me cruza la pierna mostrándome su celulitis, pero su coquetería aún esta vigente. Otra me hace preguntas de cómo caerle a un “sardino”. Y si dice “sardino” creo que ella acabó de pasar los 40. Otra me dice que tiene mucho dinero y no tiene con quien gastarlo. Y una me confiesa que es “rechanchullera” y que le gusta meter cocaína al ritmo de la música llanera.

El Karaoke es la siguiente opción. Cada una agarra el micrófono con la emoción de una audición. Y piden sus canciones. Las que las hacen recordar los momentos tristes y a grito herido pueden expresar lo que sienten, lo que son después de cuarenta y tantos años de arrugas innecesarias, de cuidados precisos, de feminidad sosegada. Por un momento las veo jóvenes, el cuerpo es solo la cáscara de un alma encerrada y libre. Se abrazan, brindan con ron y se agarran sus anchas cinturas bailando un reggaeton.

Hora de irse. El cuento de la Cenicienta ya no importa. Se escabullen a seguir sus vidas. No se despiden, el “pollito” no era un gran conversador. La última de ellas agarra un taxi y le dice: por favor, a mi casa. Baja la ventana y me dice: “Aproveche que es joven… Pásela bueno “pollito”…”

Se fueron las señoras a las que suelo darle el puesto en un bus. Pero hoy eran las almas libres encerradas en esos cuerpos de mujeres grandes… desesperadas.

Monday 17 October 2011

Bogotano, ochentero.

Bogotano, Ochentero

Ser bogotano es algo complicado. La búsqueda de las raíces autóctonas lo lleva a uno a preguntarse: ¿De donde vengo? ¿Por qué nací aquí en la UGLY CITY y no en París, donde se supone la cigüeña debió haberse quedado? Bogotá… ciudad horrible, pero usando un oxímoron, ciudad que se ama.

Los pocos recuerdos de mi caótica ciudad se remontan a un lugar donde mi mamá solía comprar tennis en promoción para sus tres hijos que estudiaban en la pública: San Victorino. Los negocios se ubicaban en la zona peatonal, los peatones caminábamos en la zona vehicular y los vehículos se movilizaban por donde pudieran.

Ser ochenteno en esa época era salir a jugar con el miedo a la leyenda urbana que a los niños algún loco “desparchado” los robaba y los convertía en salchichón cervecero. De ahí, la leyenda urbana de la uña de niño en un pedazo de salchichón.

Ir al centro era un poco peligroso ya que la ciudad colindaba con la desaparecida “Calle del Cartucho” perteneciente al Barrio Santa Inés. Agarrado de la mano de mi mamá (súper héroe defensora con arma mortal llamada tacón puntilla) me asomaba a ver un poco de esa calle. Desde esos días mi gusto por los zombies sería único.

Yo monté en “Trolley”. Un bus eléctrico y extinto, limpio, lento, arma trancones, pasaje a 50 pesos, cuya rememblanza con nuestro actual Transmilenio hizo pensar a muchos ancianos que los Trolleys habian vuelto del cementerio de chatarra.

Ser bogotano, ochentero me hizo criar con las películas de terror y verlas en un televisor TOSHIBA blanco y negro de carcaza roja con una especie de tubos de ensayo ubicados en la parte de atrás. Teníamos una antena improvisada con un gancho de ropa y era el perfecto roba señal para poder ver a tiempo las aventuras de Nopo y Gonta. Me considero un Toshibero, hoy esa marca permanece. No el televisor, destruido vilmente por una tía ofendida en venganza a mi progenitora.

Soy bogotano, ochentero. Los tiempos cambian. Pero los lunes festivos se siguen pareciendo a esa época fugaz, única, maravillosa. Si esto no fuera parte de un blog, sino parte de una serie de televisión, de fondo sonaría una canción de Los Beatles “With a Little Help from my friends”… pero en versión de Joe Cocker. Soy bogotano, ochentero, y hoy tengo nostalgia de la fealdad de mi ciudad.

Saturday 8 October 2011

FE

Y mientras la tormenta se desataba en el pequeño lago, los doce cansados hombres clamaban al cielo por un milagro. De repente, a lo lejos, se ve la figura de un hombre que viene caminando sobre las aguas. Es Pedro el más osado que se atreve a proferir: -¡Si no eres un fantasma, manda que yo camine sobre las aguas hacia ti!- A lo lejos se escucha un grito: -¡Ven!-

Emocionado por que lo vean caminar sobre las aguas hacia su Señor, Pedro se lanza sin premeditaciones, ahogándose en lo más profundo del lago.

Desde ese día, los pescadores saben que nunca deben hacer caso a los juguetones fantasmas que caminan sin rumbo sobre las mansas aguas del lago.