Uno termina una función de comedia. La gente que le gustó saluda, regalan copas de alcohol que en mis días abstemios son derramadas sutilmente. Los que no saben, ni les agrado, salen corriendo y no pagan el cover. Y queda una mesa más por saludar. Las mujeres “mayorcitas” que se han escapado de sus maridos o de su pasado. Cinco mujeres sentadas en una mesa. Me llaman, me saludan, me piden un chiste más, “en exclusiva para ellas”. Algún chiste sobre maridos “cachoneados”, una especie de venganza con risa. No me lo sé porque no me sé sino tres chistes que detesto. Y me abren un espacio entre sus sillas, soy bienvenido a la mesa de las “Amas de casa desesperadas”.
Tengo la obligación de observar detalladamente todo lo que hacen. Lo que dicen e imaginar como eran cuando colegialas. Son amigas de toda la vida. Están recordando cuando se conocieron sin hijos y con esperanzas. Hoy ya no quieren saber de sus hijos, al menos por una noche. Quieren ser jóvenes una vez más… El tiempo es implacable, aunque sólo sea una ilusión. Levantan las copas y brindan por el “pollito” que les llegó a la mesa. Me preguntan la edad y se burlan… En este aquelarre improvisado soy la “presa que cayó en la olla”.
De ahora en adelante escuchó una y otra vez: “Quien ve al pollito…” El alcohol logra su cometido y soy el espectador sobrio del mejor show de mujeres mayores y borrachas. Una de ellas, al mejor estilo de Sharon Stone me cruza la pierna mostrándome su celulitis, pero su coquetería aún esta vigente. Otra me hace preguntas de cómo caerle a un “sardino”. Y si dice “sardino” creo que ella acabó de pasar los 40. Otra me dice que tiene mucho dinero y no tiene con quien gastarlo. Y una me confiesa que es “rechanchullera” y que le gusta meter cocaína al ritmo de la música llanera.
El Karaoke es la siguiente opción. Cada una agarra el micrófono con la emoción de una audición. Y piden sus canciones. Las que las hacen recordar los momentos tristes y a grito herido pueden expresar lo que sienten, lo que son después de cuarenta y tantos años de arrugas innecesarias, de cuidados precisos, de feminidad sosegada. Por un momento las veo jóvenes, el cuerpo es solo la cáscara de un alma encerrada y libre. Se abrazan, brindan con ron y se agarran sus anchas cinturas bailando un reggaeton.
Hora de irse. El cuento de la Cenicienta ya no importa. Se escabullen a seguir sus vidas. No se despiden, el “pollito” no era un gran conversador. La última de ellas agarra un taxi y le dice: por favor, a mi casa. Baja la ventana y me dice: “Aproveche que es joven… Pásela bueno “pollito”…”
Se fueron las señoras a las que suelo darle el puesto en un bus. Pero hoy eran las almas libres encerradas en esos cuerpos de mujeres grandes… desesperadas.
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